“La letra con sangre entra” sí, pero con sangre del profesor. Con esfuerzo del maestro que debe hacer ver en los alumnos lo que hay de específico en la obra poética, señalarles el camino de la libertad, del miedo, de la denuncia pública o de el entretenimiento que se esconden tras poemas, cuentos o narraciones.Sin embargo, al comienzo, el estudio no va encaminado a comunicar las emociones estéticas y hacerlas más profundas; al contrario, parece que no importan. Los caminos que recorre la enseñanza teórica conducen lejos de la esencia de la poesía. En vez de deleitarnos con la belleza de un poema, es necesario contar sílabas y acentos, investigar y estudiar el esquema de la rima. En vez de entregarnos sin reserva a la fuerza y a la violencia de un drama, se hace necesario analizarlo y disecarlo hasta que aparentemente ya no queda en él rastro de vida.Plantearemos en este tema los diferentes caminos que se han seguido a lo largo del tiempo en la enseñanza de la literatura, expondremos las teorías actuales que más nos convencen, hablaremos de las nuevas leyes educativas y en lo que afectan a nuestra asignatura. Intentaremos diseccionar la magia que se establece cuando se enseña literatura, cuando consigues conectar a los alumnos con tu asignatura. ¿Cómo se hace eso? Es un misterio, pero al menos, nos arriesgaremos en sus profundidades.Todo el estudio teórico de la obra poética está inicialmente al servicio del importante y difícil arte de saber leer. Sólo quien sabe leer bien una obra está en condiciones de hacer que los demás la entiendan, con la razón y los sentidos.Desde siempre han sido considerados los textos literarios como creaciones artísticas y, consiguientemente, su valoración ha seguido, también desde siempre, un criterio estético. Ya es antigua la distinción entre Gramática y Poética, distinción según la cual, se consideraba que el cometido de la primera disciplina era abordar el estudio de la lengua desde una perspectiva formal, mientras que la Poética se ocupaba del uso de la lengua con fines estéticos. Así, el historiador y el crítico han de poseer una amplia formación estética o, al menos, conocer el significado preciso que en cada época poseen los términos artísticos fundamentales y cómo se entiende la belleza.